domingo, 2 de enero de 2011

Curso de madurez..

En ocasiones, los días parecen correr en vez de caminar. Llevan prisa, cada hora mantiene la mano extendida con el propósito de alcanzar la siguiente. Todos llevan prisa, el gentío se traslada de un lado a otro entre desagradables choques y atropellos. Ni aquellas señoras semanas, que parecían descansar plácidamente entre  sillones de púrpura terciopelo, perfumes de la tranquilidad y bollos de azúcar glas, se muestran tranquilas. Lucen ojeras color escarlata, cabellos despeinados y elegancia disfrazada de cansancio.
Así corrían de un lado a otro los segundos, minutos y los caballeros meses, desplazándose en vehículos de alta velocidad hacia quién sabe que dirección de nombre ilegible.
Así me encuentro ahora, tal vez desconcertada, yo diría desorientada entre el tumulto de fechas. Confieso que resulta confortable no saber en qué día vivo. Provoca sensación de despreocupación, libertad. Mas miro en dirección contraria hacia dónde debería, hacia el pasado, y me abruma todavía el cúmulo de hechos de los que poseo  bellos pero breves recuerdos.

Un año ha quedado atrás, cuyo rótulo sería en mi opinión "Camino hacia la madurez". Comenzó con la dulce cifra de doce años...¡Resulta tan lejano y tierno! Después aterrizó el trece, con innumerables mejoras y a su vez desgracias (haciendo honor a la mala suerte qué dice traer dicho número). Es sencillo de divisar mi progreso, mi forma de enfocar el camino hacia el futuro, desde hace exactamente un año hasta el día de hoy.
Mis escritos (relatos, poesías y todo aquello que mi mente poseyera la necesidad de expresar) solían estar relacionados con temas con una inmensa superficialidad, a pesar de resultar dignos de ser leídos.
 Hoy en día trato cada asunto por el que mi cerebro muestra un interés superior al común. Es algo de lo que me enorgullezco. Un año repleto de mejores y peores instantes, gracias a los cuales he aprendido a apreciar  y gozar de aquello que poseo.

Durante aquellos días en las fértiles y lozanas tierras irlandesas, debo admitir que las lágrimas acudieron en incontables ocasiones, palpando lastimosamente el dolor que se instalaba en mis sentimientos. Trataba de encontrar fuerza en la flaqueza. Y resultaba en vano en la gran mayoría de ocasiones.

Ha pasado el tiempo. Viejos amigos (así como el júbilo, la satisfacción, la risa..y el dolor, la confusión y la decepción) me han acompañado en cada sendero, ayudándome a superar obstáculos, provocándome caídas.
Mas no podría ser más feliz, y agradecer de una forma más sincera a todas las personas que me han acompañado este pasado año todo su apoyo. 

domingo, 12 de septiembre de 2010

Luchar cuando lo crees invencible, y vencer, es posible.

Dicen del dolor que se siente al ser golpeado, insultado. Hablan de aquel dolor que se siente cuando no sabes qué hacer, la incertidumbre inunda tu mente, el estrés galopa a ritmo desmesurado.

Aquella brisa gélida que atraviesa nuestro corazón, lo bloquea de abarcar sentimiento alguno más que tristeza y soledad, lo rasga, lo araña... la brisa de la soledad.
La mayor parte del tiempo otras personas que apreciamos y les poseemos un afecto conviven junto a nosotros.
Ellos aportan a este día tras día tal vez la sonrisa que forma la carcajada, o evitan que convivamos cual persona autista. Digamos que, gracias a ellos, no caemos en la demencia y podemos compartir sentimientos.
Mas no nos comprenden como queremos.. Tal vez algo te remuerde la mente, te persigue, y al tratar de confesarlo a una de aquellas personas, obtienes la respuesta inesperada. Vacía, carente de valor para ti.

Quién realmente puede ser nuestro bastón en el pedregoso camino de la vida son las personas que nos han dicho la verdad en todo momento. Que han soportado nuestras lágrimas y nuestras histerias, las únicas cuyas palabras han podido darnos la fuerza suficiente para luchar.
Cuando desaparecen esas personas, chocas contra el vidrio de tu autoridad sobre ti mismo, que creías inexistente.
Unos buscan la salida inexistente, corriendo despavoridos por aquel terrible descubrimiento. Otros no avanzan, se quedan en un punto neutro sin saber qué hacer.
¿Yo? Yo comienzo a andar con el bastón que mencioné. Todavía cojeo, pero gracias al bastón comprendo la realidad y las bases que debo comprender para poder continuar el viaje.
Poco a poco, voy guardando el bastón en el cofre siempre presente del corazón. Cuando siento perder las fuerzas, algo cada vez más inusual, trato de apoyarme en mi bastón y él me brinda precisamente lo que necesito.


Jamás debemos olvidar que allí están ellos. No debemos ignorar lo afortunados que somos.

sábado, 28 de agosto de 2010

Magnetismo irrevocable.

Trataba de avanzar a velocidades ilegales sobre el húmedo asfalto. (Tal vez sería más apropiado el término calado).
Las ruedas giraban produciendo un estruendo, tampoco desagradable, y la lluvia chocaba débil pero continuamente con el coche.
Cada metro que avanzaba, me daba la impresión de observar una campiña de verdes tonalidades más y más intensas.

Llegué y supe, exactamente, que era el lugar. Es extraño no poder describir con palabras ese sentimiento de magnetismo con algo o alguien. Tan sólo, tú corazón conoce la razón de dicha atracción, inútil de explicar con palabras, más posible de experimentar en su mayor potencia.
Y a continuación...sólo se me ocurrió observar aquel momento con ojos brillantes y deseosos de atisbar cada detalle que componía aquel exquisito fruto de la naturaleza.

jueves, 26 de agosto de 2010

Saber perdonar..Historias de mi nuevo libro.

Stef era un hombre razonablemente anciano. Rondaba los sesenta y tres, año más, año menos.
Poseía un cabello blanco impoluto, que reflejaba el brillo de la luz más tenue.
Dos inmensos ojos avellana, tal vez miel.
En más de una ocasión criticó mis escritos, discutiendo sin cesar la tristeza que transmitía la mayoría de ellos. Tenía razón.
 De hecho, me convenía estar de acuerdo con él. Noventa y nueve de cada cien veces lo que advertía se cumplía, y lo que decía creer saber era cierto.

Nunca me había fijado, pero llevaba una palabra tatuada tras la oreja. No conseguía  que me revelara el significado. La convicción que yo poseía de que lo descubriría tarde o temprano me embargaba noche y día.

No sabía cocinar, como cualquier hombre que hubieses podido conocer de  su época. El machismo corría por sus venas y yo trataba de eliminarlo con medicamentos en forma de represalias y largas charlas. Pero Stef no solía cambiar de opinión.
Aún sin conocer secretos gastronómicos, adoraba degustar los platos que yo le preparaba.
Él consideraba una infracción saborear la dulzura del chocolate, y mordisquear lentamente las entrañas de la mejor manzana.

En cuanto a aficiones... Amaba viajar, amaba la naturaleza, y por consiguiente, amaba África.
Vagabundeaba por sus calles deshabitadas y no tanto, disfrutaba con la exuberante vegetación y con la incertidumbre que, según él, transmitía el desierto.

Jamás pude haberme imaginado la verdad sobre Stef. De hecho, me ocultó durante años su verdadera identidad, su oficio, su tesoro más preciado: aquel diario que viajaba con él aún cuando llovía o tronaba.
Me traicionó no una, dos veces.
Pero, al fin y al cabo, cometemos errores, decimos mentiras, nos hacemos daño a nosotros y a los otros.
¿Y al final? Acepté su mano y caté sus disculpas, que parecían tener aroma de arrepentimiento y sabor sincero.

De vez en cuando debemos dejar atrás el orgullo propio, ser un poco más humildes, colocarnos en el lugar de aquel que nos pide disculpas. Y, tras lucir la mejor de nuestras sonrisas, saber perdonar, aunque nuestro corazón lo crea imposible. No lo es.

Ahora soy feliz.

Hoy he despertado en un paraíso irreal. La oscuridad que suele inundar mi vista, la neblina de mi mirada que parecía maldecirme una y otra vez, han desaparecido. En su lugar un brillante sol lanza rayos sin descanso, provocando cosquillas en lo que algunos llaman corazón.
Mis párpados han dejado de ser puertas de escape de la realidad que me inunda. Ahora son ventanas que dejan traspasar luz.
Las comisuras de mis labios han cambiado de posición. Cuan increíble resulta que un mero gesto, consistente en modificar la inclinación de los labios, pueda cambiar tu perspectiva, y la de aquellos que la observan.
Por fin puedo retirar de mi escritorio los infinitos diarios de sufrimiento y sustituirlos por otros de recuerdos aceptables. Puedo depositar en la basura la amarga almohada plagada de lágrimas, y en su lugar colocar un algodón de azúcar.
Comprendo ahora los diálogos de comedia, y me arrepiento de no haber reído antes de esta forma.
Lamento no haber cumplido mis objetivos por esa desgana, fruto de la tristeza y melancolía, la añoranza y la soledad en mi interior.


Ahora sé reír cuando hace gracia. Ahora, sé reír cuando no la tiene.




martes, 24 de agosto de 2010

Círculo eterno de..infortunios

Y es la realidad que vamos construyendo día a día, con esta absurda habilidad para causarnos daño.
Tal vez en un principio todo era corriente. Ahora, nuestras manos han moldeado aquella cordura convirtiéndola en tal demencia que siquiera sabemos de su existencia.
Difícil, ante todo, aceptarlo ante cualquier persona con cierta capacidad de comprensión. Más doloroso aceptarlo en nuestra conciencia.
La verdadera demostración de nuestra fuerza de voluntad y nuestra razón es salir de ahí.
Resulta ser una sombra, siempre presente, de vez en cuando escondida. Al despertar, sus garras agujerean tu corazón, tu felicidad, y te sientes aislada de lo que antes considerabas normalidad o realidad.
¿Qué queda después? Los resquicios de los momentos más agradables, o mejor dicho menos molestos, que viviste en alguna ocasión.
Así pues...actuemos acordes a nuestras palabras.
Pero es tan sumamente fácil hablar y prometer, y excesivamente difícil cumplir lo que decimos.
Ahí se demuestra la fuerza que creímos débil o inexistente.

lunes, 23 de agosto de 2010

Deseos.

Cientos de deseos golpean  mi mente, luchando por salir y ver la luz , hacerse realidad.  Algunos constituyen meros caprichos propios de mi edad, otros son necias y crueles palabras que surgen acorde con sentimientos de maldad (mas luego desaparecen tal y cómo llegaron).
En estos momentos un deseo brilla con intensidad. De tal forma que casi resulta una necesidad.
Y es un ansia por no desaparecer de sus pensamientos. El antojo por permanecer en sus recuerdos el tiempo que yo no esté presente.